Argentina vs Croacia: Messi, el hijo de las musas; Modric, el padre de Troya
ESPN-
DOHA — Viven en mundos opuestos. Sólo tienen en común sus iniciales: “L” de Lionel y de Luka. Y “M” de Messi y de Modric. Sólo eso. Porque el futbol lo conciben de manera distinta. Uno puede dormir 90 minutos y recordar por un segundo su misión en La Tierra. El otro tiene que estar alerta 90, 100 minutos… más uno.
Argentina contra Croacia, semifinal de la Copa del Mundo Qatar 2022, los confronta este martes en el Estadio Lusail. Uno pisará la Final, y mientras ellos se despedazan, el miércoles será el turno bélico de Francia y Marruecos.
No hay nada que los semeje. Lionel hizo historia en el Barcelona y se tomó unos años sabáticos con el PSG. Luka no tiene tiempo para ello: sigue haciendo la obra negra en la Casa Blanca del Real Madrid.
Tan diferentes. Tan necesarios. Tan imprescindibles. Tan codiciados. Tan desequilibrantes. Y este martes no se sabrá quién es el mejor, porque, por decirlo así, uno, Leo, tiene el pincel del Séptimo Día de la Creación, y el otro, Luka, se afanó durante los seis días anteriores construyendo el increíble, impredecible y cautivante universo croata.
Porque siendo tan opuestos, se atraen. Messi es el francotirador que con una bala expansiva comienza o termina una guerra. Modric es la infantería, el batallón de asalto, la caballería y el cuerpo médico, si es necesario.
Porque el futbol así los ha concebido. Messi es el artista, el que moja el pincel y le da una sonrisa a la Mona Lisa argentina. Luka Modric debe construir desde los cimientos la Capilla Sixtina de Zagreb.
Y en esos mundos distintos, los dos crean. Messi es el arquitecto que con un desliz estético hace de un caserón una mezquita. Modric es el ingeniero que cuida cada ladrillo, cada viga, cada soporte, para que, en la eventualidad de un cataclismo, Croacia se cimbre, pero no se colapse.
Son tan afines, que por eso deben ser rivales. Messi improvisa sobre la necedad desafiante de un papel en blanco. Modric se ha leído todas las enciclopedias de la cancha, para que nada lo sorprenda, para que nada lo intimide, para que nada lo inquiete.
Tan antípodas, que uno ve y el otro observa. Leo descubre horizontes, como en el primer gol a Países Bajos, cuando vio una llanura, cuando cualquiera otro vería una montaña, tal vez sólo el Pibe Valderrama habría encontrado ese atajo hacia Molina. Luka es un cartógrafo infalible, conoce todos los mapas, todos los caminos, los ocupa, los bloquea, los intercepta, los clausura, y cuando los necesita, los convierte en autopistas para ese tanque llamado Croacia.
Con ellos, la pelota es una Calíope, la musa suprema, o una Mata Hari, cortesana y espía. Leo glorifica el balón con una pirueta asesina, le ordena posarse o reposarse en la anatomía imperfecta de sus compañeros dentro del área, y a veces ocurre el gol, y a veces el error. Luka somete al balón, lo domestica, lo gestiona, lo disciplina, y a partir de ahí, urde, complota, confabula, y hace de la dócil gordita el Caballo de Troya de los croatas.