Es un seleccionado de ráfagas. Y de una contundencia total. Cuando se activa el circuito ofensivo, desde el cerebro de Antoine Griezmann o desde el vértigo de Kylian Mbappé, es difícil contenerlos. Pero es cierto que en los últimos encuentros se ha activado poco. Las mejores opciones llegaron gracias al aprovechamiento extremo de los errores del rival. Frente el actual campeón del mundo está prohibido fallar.
Los dos goles de la semifinal llegaron por errores defensivos muy claros que Theo Hernández primero y Mbappé junto a Kolo Muani después subieron al marcador. Cualquier equivocación en el retroceso, cualquier salida fallida o cualquier presión descontrolada puede significar un gol en conta. Allí está el principal arma francesa. Y no es poco poderosa.
El cuadro galo pocas veces gana la posesión. Solo lo hizo frente a rivales muy inferiores, como Australia, Túnez y Polonia. Contra Dinamarca, Inglaterra y Marruecos tuvo menos el balón que su vencido. O sea, la maneja poco pero muy bien. ¿Por qué? Por el talento de Griezmann para tocar, moverse y manejar los hilos y por la potencia de Mbappé para que cada arranque parezca medio gol. En promedio, tuvo una posesión de 52,5 por ciento, la 14ta del certamen. Argentina tuvo 57.7, la sexta.
En cuanto a remates, está segundo detrás de Brasil, con 12 tiros más que el otro finalista. Otra vez, este dato describe bien su capacidad de sacarle jugo a las posibilidades. De todos modos, la Albiceleste tuvo más remates francos al arco, 37 contra 33. También tuvo más goles esperados (12,20, es el líder en ese apartado). Argentina patea menos pero sus llegadas son de calidad.
Recibió 19 tiros al arco de Hugo Lloris, más del doble que Argentina, que tuvo solo 9. En todos los partidos le convirtieron excepto en el último. Messi, Julián Álvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Ángel Di María saben muy bien que llegarán a posición de gol. Y tienen la categoría, la personalidad y la suerte para sacar ventaja de ello.
Desde luego, el capitán argentino será el hombre a seguir. El mediocampo francés funciona muy bien con Aurelien Tchouameni y Adrien Rabiot, aunque las espaldas de ambos son una tentación en esos momentos de desconcierto. Messi, que en esta Copa ha aprendido a ser invisible, estará agazapado a la espera de los espacios. Que se mantenga implacable será la diferencia entre la gloria y la tristeza para su equipo.
Francia se vuelve a plantar en una final del mundo con la receta de siempre. La que le ha dado resultado a pesar de las bajas y de las dudas previas. Griezmann como director de orquesta, Mbappé como elemento descomponedor de cualquier defensa, una defensa que funciona a pesar de algunas fallas estructurales, un arquero que responde y suerte. No brilla, no llena los ojos y no genera emociones hacia afuera. Pero gana y está ante la oportunidad de hacer historia frente al mejor futbolista de su época. Sólo él puede cambiar el destino. O quizás tan solo hacerlo realidad.